La pobreza no se transmite genéticamente ni es un destino cósmico impuesto a personas, regiones o países. Sin embargo, hace tiempo que sabemos que las estrategias tradicionales de lucha contra la exclusión social, bienintencionadas como son, no ofrecen resultados duraderos ni suelen tener un alcance significativo. Conviene, por tanto, dedicar atención a aquellas contribuciones capaces de sugerirnos otros enfoques.
Al margen de las obvias dificultades de superar un statu quo basado en arraigadas y ancestrales relaciones políticas y económicas entre los países, una reciente investigación publicada en Science aporta una nueva y reveladora perspectiva: la pobreza se alimenta a sí misma. La carga psicológica derivada de vivir en un contexto de escasez afecta al cerebro humano, produciendo un deterioro cognitivo que se traduce en peores decisiones vitales y, en consecuencia, en una perpetuación del estado de pobreza.
Dave Nussbaum, en su blog sobre psicología social Random Assignment, resume a la perfección lo esencial de este estudio: “Uno de los obstáculos que impide a los pobres superar la pobreza es la tendencia a adoptar costosas decisiones financieras – como comprar boletos de lotería, tomar préstamos a elevados tipos de interés, no inscribirse en programas asistenciales – que sólo consiguen empeorar su situación. En el pasado, estas malas decisiones se han atribuido a la personalidad de los ciudadanos de bajos recursos o al ambiente en el que viven, con poco acceso a la educación y condiciones de vida por debajo de los estándares. La investigación publicada en Science por el profesor de Ciencias del Comportamiento Anuj Shah ofrece una nueva respuesta: vivir con escasez cambia la psicología de las personas. (…) Cuando los recursos son escasos – cuando las personas tienen poco tiempo, dinero o comida – cada decisión sobre la mejor manera de utilizar esos recursos se toma con mayor urgencia que cuando se dispone de tales recursos en abundancia. Este enfoque puede tener efectos positivos en el corto plazo, pero se realiza a costa de descuidar otras demandas menos urgentes. Por ejemplo, cuando están bajo la presión de gastos urgentes como el alquiler o la comida, las personas pueden descuidar el mantenimiento de rutina de sus vehículos y terminar pagando costosas (y evitables) reparaciones más adelante”.
Para los que hemos tenido la suerte de nacer por encima de las líneas de pobreza extrema y moderada que marca el Banco Mundial, es necesario un extraordinario esfuerzo de empatía para atisbar, siquiera superficialmente, lo que significa vivir al día sin tener cubiertas las necesidades más básicas. Desde la comodidad de un futuro relativamente predecible resulta fácil cuestionar esas malas decisiones de gasto y consumo de los más pobres. ¿Quién no se ha mostrado sorprendido por las imágenes de chabolas y asentamientos precarios con antenas parabólicas? El empresario y escritor Jim Rohn lo expresó de manera lapidaria: “Los pobres tienen grandes televisores. Los ricos tienen grandes bibliotecas”. Aún siendo cierto, el estudio de Shah nos recuerda que, en general, ese tipo de elecciones no son la causa de la pobreza, sino su consecuencia. Es decir, las personas no son pobres porque manejan mal sus recursos, sino que la pobreza disminuye su capacidad para manejarlos mejor. Este cambio de perspectiva puede modificar de manera relevante el enfoque de las iniciativas de inclusión financiera: además de “mostrar” a los destinatarios otras posibilidades alternativas que les proporcionarían mayor bienestar, es necesario entender el proceso mental que conduce a tomar tales decisiones.
Para los que hemos tenido la suerte de nacer por encima de las líneas de pobreza extrema y moderada que marca el Banco Mundial, es necesario un extraordinario esfuerzo de empatía para atisbar, siquiera superficialmente, lo que significa vivir al día sin tener cubiertas las necesidades más básicas. Desde la comodidad de un futuro relativamente predecible resulta fácil cuestionar esas malas decisiones de gasto y consumo de los más pobres. ¿Quién no se ha mostrado sorprendido por las imágenes de chabolas y asentamientos precarios con antenas parabólicas? El empresario y escritor Jim Rohn lo expresó de manera lapidaria: “Los pobres tienen grandes televisores. Los ricos tienen grandes bibliotecas”. Aún siendo cierto, el estudio de Shah nos recuerda que, en general, ese tipo de elecciones no son la causa de la pobreza, sino su consecuencia. Es decir, las personas no son pobres porque manejan mal sus recursos, sino que la pobreza disminuye su capacidad para manejarlos mejor. Este cambio de perspectiva puede modificar de manera relevante el enfoque de las iniciativas de inclusión financiera: además de “mostrar” a los destinatarios otras posibilidades alternativas que les proporcionarían mayor bienestar, es necesario entender el proceso mental que conduce a tomar tales decisiones.
Sin duda este planteamiento puede suscitar numerosas objeciones. ¡Nosotros jamás tendríamos esos comportamientos auto-destructivos! Incluso aunque se diera un cambio radical en nuestras circunstancias (perspectiva que a la mayoría nos aterroriza en mayor o menor grado), estamos convencidos de que el sentido común acudiría en nuestro auxilio y manejaríamos con buen criterio nuestros recursos escasos.
Puesto que nada ilumina tanto como la experimentación directa, y con el fin de ayudarnos a ponernos en la piel de las personas que viven de manera precaria, el departamento de atención social de Durham (North Carolina) ha diseñado un extraordinario “simulador de pobreza”, que recomendamos a todos aquellos que tengan un mínimo nivel de inglés.
El programa Spent comienza informando de que Durham presta asistencia social a 6.000 personas cada año… “aunque tú nunca serás una de ellas, ¿verdad?”. A continuación desafía al usuario a probar que es capaz de manejar sus recursos escasos de manera óptima durante un mes, sin tener que recurrir a la ayuda de los servicios sociales o de terceras personas. A lo largo de una serie de situaciones cotidianas vamos comprobando cómo muchas de las alternativas de ahorro y consumo que damos por garantizadas en condiciones “normales”, no parecen estar a nuestra disposición cuando funcionamos “en modo escasez”.
Después de cada elección, el programa nos comunica de manera inflexible cuál va a ser el resultado probable de la misma. Es estremecedor darse cuenta de que tomar malas decisiones resulta facilísimo cuando lo hacemos con la mente puesta en el marcador que, a la izquierda de la pantalla, va avisando del poco dinero que nos queda para acabar el mes. Terminé el experimento con dolor de estómago y con la conclusión es que, en nuestra sociedad, ser pobre consume tantos recursos que resulta muy complicado dejar de serlo… como se quería demostrar.
Para terminar con una nota optimista, y como ejemplo de que “difícil” no es sinónimo de “imposible”, recordemos la película de Will Smith En busca de la felicidad, que narra la historia real del millonario y filántropo Chris Gardner. En una situación de precariedad extrema, viviendo de la caridad pública y con un hijo de corta edad a su cargo, tomó una serie de decisiones valientes y muy arriesgadas con las que no sólo salió de las calles, sino que llegó a convertirse en un hombre muy rico y en un referente del desarrollo personal. Siguiendo los razonamientos de este artículo, se puede concluir que las decisiones del verdadero protagonista de la historia resultaron acertadas porque no reflejaban una mentalidad de pobreza, sino una visión a medio plazo que excluía la miseria de vivir al día. ¿Cuántas personas estarían dispuestas a dormir en albergues para indigentes mientras asisten a un seminario formativo de varios meses, a cambio de la posibilidad (no seguridad) de conseguir después un trabajo especializado y bien pagado? Exacto. No muchas.